domingo, 14 de diciembre de 2014

El baile de las bolsas





Miré a mi alrededor.


Los chicos contenían la respiración.


Los padres, cómplices del engaño, en medio del despliegue fantasioso, los sostenían contra su cuerpo mientras les susurraban al oído que no se movieran, que sino Papá Noel no les iba a dar ningún regalo.


Más allá, un panzón y un flaco, disfrazados de pies a cabeza y con una frondosa barba que les cubría un 80% de la cara, se movían con histeria de un lado a otro, hablando con voz firme y poderosa.


Expectantes, los presentes observaban el intercambio.


Hay algo en todos los personajes de ficción hechos en versión real que me parece tenebroso. Por más espectacular que pueda ser la producción, no puedo evitar imaginar que debajo de ese vestuario y maquillaje (que el 99% de las veces es suficientemente abrigado como para cruzar los Andes en pleno invierno), hay un pobre ser humano, miserable y frustrado por tener que pasar su vida pretendiendo ser algo que no es, a veces que ni siquiera existe.


Bueno, como los políticos (no quiero ofender a los políticos honestos, a ellos los excluyo del ejemplo… si los hay, y leen esto, les pido disculpas. Aunque pensándolo bien, ellos son políticos honestos. Que es un poco interpretar a un personaje que no existe, que sólo vive en la ficción o fantasía, con lo cual estaríamos de vuelta en el comienzo del análisis).


¿Alguien alguna vez imaginó a uno de estos empleados, feliz? Yo, no. “¡Qué bueno! Un nuevo día para meterme en mi traje de 500º y sacarme 300 fotos al lado de chicos que nunca van a saber “quién” soy en realidad o “qué” es lo que me importa. Yo quería ser asistente del Lanzador de Cuchillos” (si, es una profesión, existe, lo busqué).


En fin, las personificaciones de famosos y los políticos me apenan.


Entonces, ¿en dónde estábamos? Ah, si, Papás Noel y el espectáculo. Había ruido, muchísimo ruido de fondo. Los gritos y sonidos habituales en estas circunstancias, supongo.


Las bolsas negras, enormes, iban de un lado a otro, firmemente agarradas por los Santa (en versión europea)


¿Por qué los dos estaban disfrazados así? Yo creo que no era su principal preocupación la confusión que podían generar en los menores de seis años, era un análisis que excedía su alcance.


¿A qué edad se entera el promedio de la población infanto-juvenil que no existe Santa? Creo que es el punto cúlmine, el momento decisivo en el cual un chico deja de ser niño.


En realidad creo que es un proceso es gradual. A medida que evoluciona la mente del individuo, se vuelve crítico y cínico, escéptico. Empieza a cuestionar cosas que antes daba por sentado, que estaban ahí sin requerir explicaciones.


Ese punto de quiebre representa todo lo que está mal en la civilización adulta.


Somos seres diseñados para jugar, reir, creer, imaginar.


La espontaneidad de los chicos, ese elemento que los vuelve impredecibles es lo que los hace tan felices.
Un mundo sin tanto análisis, dejando que el ser humano sea un poquito más instintivo, pero adaptado para la convivencia pacífica incorporando normas sociales, sería perfecto.
No habría crimen y las peleas durarían lo que un capricho.
Los peores conflictos se solucionarían con un helado.
El mundo sería un lugar mágico, lleno de color, donde todo es posible.


Me acuerdo como si fuera hoy. “Hay algunas cosas de las que te hablamos que no son “reales”, sino que las decimos porque es más lindo si existen. Papá Noel y los Reyes Magos, el Ratón Pérez… bueno, vos podés pensar que existen. Pero es algo que decimos los papás para los chicos, porque es lindo creer.”


Para ese entonces, yo, que festejaba todas las navidades con amigos de mi edad y sus padres, simplemente confirmé mis sospechas. Creo que demoraron la verdad lo más que pudieron para protegernos, lo cual agradezco.


Desde ese día algo se apagó. La siguiente navidad fue la peor de mi vida, porque quería creer pero la sensación que me dejó la verdad era ineludible. Para ese momento parecía forzado convencerme de que está bien tomar la decisión de ignorar una verdad tan obvia y cruda.


En los años consecutivos decidí hacer caso omiso y volver a creer. Nunca fue lo mismo, obviamente. Pero esa actitud la conservo al día de hoy. Me gusta soñar, no lastimo a nadie. Prefiero creer que cuando pierdo una media es porque dos hadas están jugando y haciendo travesuras. Creer que en algún lugar, las sirenas nadan libremente y se ríen de nuestra ignorancia, y que si lo deseamos con mucha fuerza podemos volar como Peter Pan.


Yo elijo creer, porque así soy más feliz.


Ese día, elegí creer que esos dos hombres de las bolsas eran realmente Papá Noel y uno de sus ayudantes.


El ritual seguía. Yo cerré los ojos e imaginé que tenía cinco años otra vez.


Uno de los chicos se asustó y empezó a llorar. Papá Noel 1 se dio vuelta en silencio y lo miró.


La madre del nene lo abrazó con ternura tratando de calmarlo. “Shh, sino no te va a dar regalo”


“Mami, ese no es Papá Noel”


Un ruido estridente interrumpió la conversación.
Hubo un sobresalto general y un grito después.


Silencio.


Cerré los ojos nuevamente. “Fuegos artificiales”, me dije.


Al día siguiente me desperté todavía sintiéndome rara, consecuencia de mi experiencia del día anterior.


Hay circunstancias que nos hacen replantearnos desde las decisiones más insignificantes hasta el rumbo de nuestras vidas.


Naturalmente, ocurre al menos en los días festivos, en donde tenemos un espacio dedicado especialmente a la reflexión e introspección. Otras veces nos vemos obligados por estar en situaciones límite.


Mientras tomaba un café, agarré el diario de abajo de la puerta.


Leí la nota de tapa: “De policía a héroe en una tarde: “Solo cumplí con mi deber”


Tras tres horas de negociación lograron la liberación de 18 rehenes, entre adultos y niños. Dos ladrones fueron capturados en el episodio. El robo bancario no generó daños mayores.”


Y ahí estaba, una vez más. Porque la inocencia de los chicos presentes, los traumas irreparables que puede provocar en menores de edad ver una figura como Papá Noel con un arma y robando un banco, a los ojos de los adultos, “no es un daño mayor”.

Y así están las cosas. Por eso, es tan difícil creer.



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