martes, 3 de febrero de 2015

El vuelo del alma



El recuerdo la remitía a una de las primeras noches de verano del año 1983. Había luces esporádicas, debido a las fiestas, que se fundían con la humedad de la ciudad, formando halos de colores.
La temperatura era ideal para pasear, y se sentía en el aire la alegría de fin de año. Se escuchaba a lo lejos música y los adoquines resonaban con el pisoteo de los transeúntes.


Ahí la había visto por primera vez, tan joven, con esa sonrisa característica que iluminaba cualquier reunión. Se le había acercado para pedirle indicaciones con un Español que dejaba mucho que desear. Supuso que era francesa o italiana.


Con su vestido azul marino, se acercó hasta donde ella estaba y preguntó con gracia para dónde quedaba la estación de trenes. ¿Era de trenes? ¿O la estación del subte? O tal vez de algún colectivo…


Qué más da, pensó. Era un detalle nada más. Y se perdió en sus pensamientos.


Cuarenta años de amistad.. qué increíble.


Más poderoso que un alma gemela en sexos opuestos, es cuando se forma un lazo de esa intensidad con alguien con quien no hay química ni atracción sexual, la relación es más honesta.


Las reacciones químicas no interfieren en la percepción ni los sentidos y las valoraciones que hacemos son objetivas y se remiten a la riqueza de la interacción que mantenemos con el otro. Cuando se conoce a alguien sin ninguna intención secundaria, como puede pasar con dos mujeres que casualmente conversan en la fila del banco, ambas son completamente abiertas desde el primer momento, porque no están tratando de mostrar la parte más atractiva de sí mismas para poder convencer al otro. El juego instintivo de cortejo en sexos opuestos lleva  automáticamente a enfatizar los rasgos que consideramos que pueden resultar atractivos, y sin darnos cuenta, al momento siguiente nos encontramos contando de “aquella vez que tuvimos que cruzar ese lago sin remos, en un país subdesarrollado, en el cual hacíamos un proyecto de ayuda social”.


Candelaria recordaba con claridad lo cómoda que se sintió al hablar con la que después sería su amiga vitalicia. Fue instantáneo, diez minutos después estaban a las carcajadas en el medio de la calle contándose historias.


En aquel entonces, Adeline se acababa de mudar desde Francia y estaba fascinada con la energía y la vitalidad de la ciudad de Buenos Aires y su gente. Esa noche estaba buscando una fiesta y no dudó ni por un segundo invitar a su nueva amiga.


Ambas pasaron la noche entre risas, disfrutando de la compañía de la otra, con sus perfiles tan distintos y a la vez perfectamente complementarios. Una, artista, la otra, bióloga. Por lo general, las conversaciones terminaban en discusiones febriles en las cuales cada una defendía con obstinación su propia visión del mundo y la naturaleza de las cosas. Hablaban a veces de temas profundos y otras de banalidades, pero no había encuentro que no terminara en suspiros de rendición y una sonrisa cómplice.


Candelaria, acostada en su cama, tantos años más tarde, reflexionaba acerca del paso del tiempo. En cómo lo que pareció ser un cerrar de ojos se convirtió en una vida entera. Su mente y espíritu se sentían igual que siempre, si no fuera por el reflejo en el espejo y el dolor de cuerpo durante los días de humedad, podrían hacerle creer que aún tenía veintitantos.


En un mundo donde todos son ciegos y permanecen inmovilizados, ajenos a las señales del cuerpo, ¿son todos eternamente jóvenes?


Tantos recuerdos, los viajes de verano, juntarse a comer y pasar horas hablando sobre algún novio pasajero en sus vidas, los análisis psicológicos de una a la otra.


Miró a su alrededor y se sintió confundida. ¿Dónde estaba? ¿Quién era esa persona que tenía enfrente?


  • Buen día, señora. ¿Cómo durmió anoche? Es un día precioso afuera, ¿quiere ir a dar una vuelta?
  • Bueno. Gracias, doctora.
Se movía con dificultad por la habitación. Se puso los zapatos y agarró su bastón. Miró hacia la derecha y vio un par de zapatitos de baile, y recordó cómo en el pasado los había usado para saltar de una punta a la otra del escenario, con sus largas piernas moviéndose al ritmo de una orquesta.


Todavía podía ver en la audiencia la sonrisa de su marido que la miraba con orgullo, sus dos hijos y sus tres nietos.


Quiso recordar por qué en esa noche tan importante no estaba entre esas caras conocidas su mejor amiga, pero no pudo hacerlo.


Mientras recorrían el parque, miró hacia el cielo. Hizo un esfuerzo por pensar cuándo fue la última vez que había hablado con Adeline. Todo se volvió borroso, se sintió confundida.


  • Señora, ¿está usted bien?
Miró a su alrededor… ¿dónde estaba?


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A veces, las almas escapan. No quieren esperar a la muerte, huyen del dolor que puede generar ver cómo la vida se va de control, se desliza entre los dedos cada vez a mayor velocidad. Cuando una persona no está hecha para soportar las consecuencias de la vejez y la gradual pérdida de los seres queridos, vuela lejos, a un lugar mejor, donde las almas son eternamente jóvenes y bailan y juegan en parques de flores, sin compromisos ni responsabilidades.


Tres años antes Adeline había fallecido, a los 88 años de edad. Siempre había sido vital, saludable y había ocultado el cansancio interior. Para Candelaria había resultado devastador: a los dos meses la empezaron a notar “distraída”, con indicios de lejanía, como si estuviera poco a poco preparándose para partir.


Un mes después del acontecimiento los doctores diagnosticaron Alzheimer. Candelaria nunca llegó a asimilar en estado de plena conciencia que su amiga había fallecido, que la había abandonado en la Tierra. Seguía preguntando por ella a diario, y contemplaba pensativa las pertenencias que tenía en su poder, que Adeline le había dejado.


Allá afuera en la oscuridad del infinito, en la inmensidad de lo desconocido hay un espacio lleno de vida y color. A medida que se apagan el cuerpo y las funciones externamente visibles de nuestra especie, hay una parte interna que supera lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Es un trayecto paulatino, largo y profundo, que se interpreta con señales de lo que entendemos como estado senil.


Los doctores le llaman Alzheimer.

Yo estoy segura de que ambas acordaron reunirse a charlar y a bailar en ese lugar mejor...




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